Con unos cincuenta y cinco años de edad, parece tener tendones y huesos de acero. Hay pocas canas en su pelo largo, escaso y ensortijado. Se pueden contar los músculos de su cara cuando habla. Recuerdo que hace casi treinta años era frecuente verlo en la Playita de 16, en Miramar -una "playa" de viva roca- haciendo ejercicios de todo tipo durante horas, como si estuviera en un gimnasio, convertido en el centro de atención de las cientos de personas que atestaban aquel pedazo de litoral habanero. Era hilarante verlo, pero nadie se atrevía a burlarse de él, claro está. Luego lo he visto muchas veces, cada varios meses o años, porque anda por la calle dibujando a la gente. También, para ganarse algún dinero, hace rápidos y vigorosos retratos de turistas en los lugares donde pueda encontrarlos, pese al acoso de la policía, que siempre termina dejándolo por incorregible porque su labia es tan enérgica como los trazos de su lápiz. Y además, es interminable, complicada, llena de metáforas, razonamientos y giros enloquecedores. Pero de una honestidad más asombrosa aún.