
Su agrandada barriguita saludaba antes de llegar a la esquina; en el dedo gordo llevaba una herida en su piecito derecho que alimentaba a una colmena de moscas que se deleitaban en su alrededor, a lo que contribuia sin el menor esfuerzo Capitán. Aquel pobre perro cargado de peladuras y razgones por sobre todo su cuerpo, era su amigo y compañero desde siempre, acurrucado en una bola o, mejor, convertido en un aro horizontal, lo esperaba a cada amanecer cerca de la puerta del desvencijado casucho de palma cana que les servia de hogar al “Liendras” y sus padres. El pobre animal no podia acercarse a la casa. Y si lo hacia solo lograba que el padre le diera un par de patadas por la barriga: “Anda, perro sasnoso, lárgate de aqui….” “Liendras, Liendras, muchacho, ¿cuantas veces te voy a tener que decir que no me traigas a ese cochino animal a la casa?”… Y seguia: “…¿Tu no ves que lo único que hace es comerse los mojones que cagan las gentes por ahi, por el platanar?”
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El año comienza con una tormenta que me cala de los pies a la cabeza. Parada a la espera de que el autobús recoja lo poco que queda de mi espíritu observo como dos borrachos de diferente sexo intentan aparearse en el banco de hierro escurridizo que decora la espera del transporte. Pienso que si ella levanta un poco más la pierna derecha y el baja un poco las rodillas tal vez terminen encajando, como si fuera una operación matemática y automática, sin embargo, ellos se empeñan en hacerlo más difícil por falta de entrenamiento o conocimiento, que para el caso es lo mismo.
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