
En Cuba hay que ser muy precavido. Me lo enseñó mi padre: “Cualquier precaución que tomes es poca”. Era su frase favorita. Y no le faltaba razón. Cuando salíamos a la calle a resolver, a la luchita, se armaba como Rambo. No es que llevara armas de fuego, ni nada de eso, es que antes de salir se echaba tantas cosas en los bolsillos de la camisa y del pantalón, que parecía un cazador en un safari por África. O un superviviente.
En el bolsillo superior izquierdo de la camisa, la libreta de abastecimiento más manoseada que la Biblia del cura del pueblo, que había muerto hacía unos años. Una apoplejía.
Junto a la libreta colocaba una crucecita de madera hecha con ramitas secas de “Abrecaminos”, según consejo elemental y reiterativo de la espiritista del pueblo, Cristina.
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No voy a filosofar. Para qué. Basta con tener ojo avizor, observar, escuchar, callar y tener sentido común.
Soy cubano y no me apena confesarme, no ante Dios, sino ante ustedes. Es mi opinión, por supuesto. Cualquiera puede tener otra, seguro estoy de ello.
¿Los cubanos somos o nos hacen internacionalistas?
Lo tengo claro, clarísimo: nos hacen. ¿Excepciones? Puede haberlas, no lo pongo en duda. Tampoco ello restará fuerza a mi opinión, sólo por un aspecto, aunque suene a frase manida: la excepción confirma la regla.
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