
De mi escritorio en lo más alto había
un “incroyable” de biscuit muy bello:
Eran sus ojos verdes, y el cabello
de vivo rubio, como luz del día
¡Cuántas cosas intensas me decía
de la mirada en el fugaz destello!
Y cual si fuera de victoria el sello,
siempre, al mirarme, ufano sonreía.
Yo era la excepcional “maravillosa”
que en su silencio erótico llamaba
a sonrisa y mirada voluptuosa.
Mas cierta ocasión, lanzóse entre mis brazos
para decirme en ellos, que me amaba…
Y rodó al suelo… Y se hizo mil pedazos…
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Porque tal es el rostro del fracaso
que el espejo devuelve ciegamente
aun antes de llegar, dulce y demente,
el último rescoldo del ocaso:
frente de la obsesión y del rechazo,
ojos que sólo vieron lo renuente,
nariz que impide el aire, boca ausente
en su amargo sabor: extraño vaso
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