
Acordes y recuerdos de la polipoesía que electriza
Cuando vemos la poesía como puerto donde van a recalar todos nuestros sueños, cuando no hay espacio reducido que nos ate a la realidad más perentoria, y la poesía funge solo como esa llama eterna que aviva todo lo onírico, entonces entendemos esa comunicación imprescindible entre teatro y poesía.
Mi mala memoria ha reciclado esta frase que tal vez leí en algún lugar, pero nunca es tan inservible como para no traerla de vuelta cuando con gusto tropiezo con reafirmadores de esos vínculos indisolubles entre las dos artes mencionadas.
Por eso disfruté tanto de Versos y Cuerdas, espectáculo presentado por la actriz Dhapné Porrata y el cantautor Roly Berrío (Cuba), con la colaboración estrecha de la poetisa Raquel Ortiz (España) en el Centro Cultural Cubaneando, enclavado en una zona céntrica de Madrid.
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No logro que a sus siete años tome un libro en las manos. Por suerte, tengo guardada desde hace años una edición más o menos reciente de Corazón, de Edmundo de Amicis
Desde que comencé a ir a la escuela, mi abuelo paterno –que se había quedado ciego tras una vida de intensa lectura- preguntaba a cada rato qué edad yo tenía y si ya sabía leer. Él esperaba con impaciencia que cumpliera los 7 años para regalarme una edición muy vieja del libro Corazón, de Edmundo de Amicis.
Creo que fue en unas vacaciones que finalmente lo leí, como a los nueve años, ante tanta insistencia, pues el título no me llamaba la atención. Lloré tanto en cada capítulo, que ese libro fue mi compañero en cada una de las vacaciones por lo menos siete años más. También me leía Belleza negra, contada por un potro enano que va creciendo. Me hacía llorar también, mientras Las mil y una noches me transportaban en alfombras voladoras a otra realidad muy ajena a mi isla tropical.
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