
Quizás el ejemplo más elocuente de la demanda de los puros cubanos en el mundo es el hecho de que el servicio de aduanas de Estados Unidos confiscó sólo el pasado año 1,1 millones de dólares en este tipo de producto, todo un récord si se tiene en cuenta que dos años atrás la cifra sólo rondaba los 140.000 dólares.Todo parece indicar que el humo de los habanos, como una venganza, es capaz de burlar el férreo bloqueo que impide su venta en ese país, desde hace más de 30 años.
Pero si se diera el milagro de que el presidente Clinton, quizás en un acto de suicidio político, levantara, al menos, las restricciones comerciales, los cubanos no tendrían la suficiente cantidad de habanos que demandaría de inmediato ese gigantesco y reprimido mercado de fumadores.
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Una labor que tiene mucho de magisterio y de arte
Partagás es un hervidero esta mañana, recuérdese la fama de Cuba de ser la productora del mejor tabaco del mundo; y esta es de las fábricas insignias de uno de los principales rubros de exportación del país. A la entrada se agolpan medio centenar de visitantes extranjeros que han venido a husmear en las interioridades del torcido del puro. La mayoría aprovecha para cargar, de paso (y de la mata), con sus cajas de habanos.
Adentro es peor el ajetreo. El interior de una factoría de tabacos es un lugar de bullicios y aromas; de constante movimiento e interminable faena. Al parecer, el incansable abejero no termina nunca, pero se equivoca uno. Todo toma una agradable pausa, espesa y dulzona como el humo que sale de la boca de muchos operarios fumadores, cuando llega el turno del lector de tabaquería. Él es, sin dudas, la figura central.
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