
El tabaco, ese famoso y buscado engendro (suma de cuerpo y aliento) que hoy conocemos, como todas las cosas de este mundo, tiene un largo trayecto que se pierde en la vigilia de la historia. No en balde el refranero popular cubano recoge la sabia de que no hay algo tan largo como la historia del tabaco.
Cuentan los mitos de los aborígenes de América del extendido y necesario uso de ésta, por ellos, preciada hierba. Desde la América del norte, pasando por las islas de Bahamas y Antillas, hasta el extremo sur de tierra firme americana. Eran muchos los usos de la sagrada planta. De ella se aprovechaba “las semillas, las raíces, el tallo, las hojas y las flores. Pero las partes preferidas eran las hojas y después el tallo, como ocurre hoy día. Por el estado en que consumían el tabaco pueden reconocerse cinco maneras principales: a) en rama, o sea en hojas al natural o secas; b) en pan, masa o pasta de hojas; c) en liquido, en cocimientos, tisanas y unturas; d) en polvos molidos; y e) en humo de sus hojas. Digamos que lo usaban en rama, masa, líquido, polvos y humo” (Ortiz:114).
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Sensaciones de un fumador de puros habanos
Recordando a Zino Davidoff. Son innumerables las citas y anécdotas de este hombre durante su vida alrededor del tabaco.
No me canso de releer todo lo que encuentro de este erudito por cuanto sabía del puro. Hay varias frases que son para enmarcar, sobre todo la que le dijo un viejo brasileño al que él admiraba mucho. “Muchacho, tú amas el tabaco. Vete a Cuba, a las tierras rojas. Descubrirás el puro y ya no existirá nada más para ti”.
El maestro Davidoff, nos cuenta del mismo modo que José Martí – el hombre que liberó Cuba- desde el exilio de Florida hacía llegar a sus seguidores mensajes enrollados en el interior de los tabacos.
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